jueves, 5 de febrero de 2015

Post post postmoderno

O por qué pasar de la postmodernidad.

Haciendo un poco de historia, podríamos dividir la evolución del sentido cultural global de la humanidad en cuatro etapas (esto es un resumir, claro está).

Una primera etapa, que podríamos llamar pre cultural, nos remonta a aquellos primeros asombros de nuestros ancestros, tratando de encontrar algo de sentido en el caos de las tormentas, los astros, el fuego, las inundaciones, la vida, la muerte, la enfermedad, el hambre, el deseo... La vida se vivía en acciones, aún no en palabras.

Una segunda etapa, que podríamos denominar Mítica, nos relata de manera concreta la encarnación de esas fuerzas del caos en personajes antropomorfos. Así nacieron los conocimientos, las palabras, los relatos… que la experiencia de vida en civilización y sedentarismo fue permitiendo crear. Acrisolándose y siendo atesoradas en el inconsciente colectivo, particularmente en la casta de legisladores y sacerdotes, fueron germen de las primeras normas morales teóricas, y de las explicaciones míticas a las grandes preguntas del hombre.

Una tercera etapa, a la que la historia ha venido a llamar Edad Moderna, se correspondería con el intento de encontrar explicaciones racionales a muchas de esas preguntas, escudriñando el cielo con telescopios en busca de astros, no de dioses, y diseccionando la vida bajo la mirada del ojo de microscopio, que sólo encontraba células. Es la era de la recopilación enciclopédica de los conocimientos, de la democratización del saber escrito a través de la imprenta, de los grandes ideales de la moral humanista.

Y por último la posmodernidad, la crisis del conocimiento, la amargura de saber que todo era relativo, que nada era lo que parecía, ni siquiera nuestra consciencia, y que ese cielo material y cognoscible que estábamos a punto de tocar con los dedos no era más que otra ficción. Y así es la era del absurdo, de la parodia, del exceso, de la frivolidad y del dramatismo fugaz.

Todo muy Woody Allen. 


Pero Houllebecq se deprime.

Así que ahora quizá sea el momento de decir, vale, vamos a dejarnos de juegos de palabras y vamos a volver al asombro, a la acción, al sosiego, al presente en que vivían los remotos... a MOVERNOS.

Y entonces descubrimos que el "todo es relativo" (simplonamente fácil de refutar con sonrisilla sabihonda contestando "¿eso también?") en realidad es el apócope de "la verdad de todo es la medida relativa de cuánto nos acerca a LA VERDAD". 
El norte es el amor, la pertenencia, la autonomía y la validez. 
La brújula: el corazón sereno, que señala a esas necesidades básicas. Saciarlas te permite no morir, o pararte de dolor por el camino.
Las "cosas" te permiten ir con cierto confort, y tener disfrutes extras. Pero si te cargas de demasiadas cosas no avanzas
Si te detienes demasiado, vas muy lento. 
Si no te detienes nunca, vas a desfallecer. 
Hay que detenerse a veces, para disfrutar de un paisaje extraordinario (los paisajes bonitos normales se disfrutan andando) para auxiliar a uno de los tuyos, o a un desconocido si no hay nadie más y puedes hacerlo en condiciones de seguridad, para descansar ( aliviar con sobriedad el hambre, la sed, el dolor o el frío) para dormir, soñar y amar, para escuchar algunas historias hermosas, y aprender enseñanzas reales y prácticas y para celebrar, de vez en cuando, y soltarse la melena, o hablar con los espíritus...

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