lunes, 9 de febrero de 2015

Psiquiatras endiosados 2: una de jefes

No voy a hacer muy larga la serie "Psiquiatras endiosados", porque hay muchos más psiquiatras "no endiosados", y no sería justo centrar la atención en lo enfermizo. Pero de vez en cuando hay que mirar la herida.

Mis compañeros de quinta sabrán de quién hablo. Era un señor que pasaba por experto en psiquiatría legal, lo cual, en un campo que pocos psiquiatras pisan, convierte en rey a cualquier tuerto, y más si tiene algo de lo que podríamos llamar "inteligencia práctica" (esa que tienen los pilluelos, los caraduras, los psicópatas adaptados, y en general todos los estrategas de pocas ideas, pero claras, y sin el molesto freno de los escrúpulos éticos).

Este hombre, de pocas, como digo, pero repetitivas ideas ("lean el arte de la guerra", "que le duela la cabeza a otro", "os condenarán por lo que escribáis en la historia", "¿quién escribió el quinteto de la trucha?" "¿y La casa de muñecas?" ... creo que no me dejo ninguna...) estaba encantado de conocerse. Caminaba con paso marcial, dando mandobles verbales cual general bien alimentado a su soldadesca hambrienta, y en general revoloteaba haciendo de jefe, y urdía tramas (eficaces, como las que mantuvieron a Franco en el poder 39 años) contra sus "rivales".




Pues bien. Lo malo de un ego hinchado es que a veces los pies dejan de tocar tierra. Recuerdo una vez que, así de campechano como era, nos pilló por banda a mi co R2 y a mí y nos dijo con su leve voz de trueno "seguidme".

Y le seguimos. Por el camino a Neurología, nos explicó que llevaba tres días haciendo un informe pericial para un paciente citado como testigo, pero que había sufrido un ictus, resultando en una afasia mixta (ni comprendía el habla, ni era capaz de emitirla). Con lógica aplastante, nuestro experto jefe y perito nos iluminaba ante el hecho de que, quién lo iba a pensar, un testigo que ni comprende ni puede expresarse, queda ipso facto desprovisto de su utilidad como testigo. Mi co R2 y yo asentíamos, claro, claro.

Lo curioso fue la escena con el paciente y con su neurólogo. Nuestro protagonista entró sin llamar, tomó la palabra, y con la soltura de quien ha ensayado el discurso durante el camino explicó al neurólogo y al paciente su pericial conclusión. Fue rotundo, y al terminar, todo satisfecho, quiso quizá gozar del humilde agradecimiento del paciente peritado, por lo que le miró y le dijo "¿qué le parece?"

Silencio.

Mirada midriática entre mi coR2 y yo.

"¡Le acabo de decir que yo, el doctor (omito el nombre), acabo de hacerle un peritaje que me ha costado tres días, en el que explico que usted ya no tendrá que ir a declarar, porque ni comprende ni puede expresarse!" (subía el tono por si no le había oído bien). "¡Que qué le parece! ¡Que no le voy a cobrar, pero al menos un agradecimiento!"

Mirada baja de mi coR2 y mía, haciendo respiración controlada, mientras el neurólogo nos miraba aún sin saber qué hacer, y el paciente emitía sonidos balbuceantes...

Fueron unos segundos eternos.

Y al fin, el jefe, como la zorra que ve que no alcanza las uvas del agradecimiento, se fue, mascullando algo sobre la insolencia y el desagradecimiento. Le seguimos rápido, y en algún requiebro nos fuimos a nuestros asuntos, sin que se percatase, imagino, porque no nos llamó.

Repito lo que decía al principio de esta entrada. No hay muchos como éste, pero haberlos, haylos.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena por tu empatia, José Luis. Yo también lloro ante lo que me conmueve. Pero tras la sístole del llanto, una diástole de suspiro, y ale, a seguir latiendo con ritmo...

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