martes, 9 de junio de 2015

La media botella





Hay dos expresiones populares que he tardado mucho en entender (más allá de lo evidente): una es la del huevo o la gallina, y la segunda la de la botella medio llena o medio vacía.


En el primer caso, creo que es evidente que lo primero fue el huevo (los ancestros de la gallina, tan primitivos que no merecían ser llamados gallinas, con toda seguridad se reproducían por huevos). Sólo se me ocurre que el dicho haya tenido éxito entre hablantes desconocedores de la teoría evolutiva, pero haya nacido  entre profundos filósofos que hacían referencia metafórica a la coexistencia de creación y creador...




Pero hoy quería hablar de lo segundo. La botella medio llena o medio vacía se resuelve fácilmente diciendo un simple los optimistas dicen medio llena, los pesimistas medio vacía, los realistas está  a medias y los pragmáticos no dicen nada y se la beben. Pero lo simple no me gusta, me parece pobre. Creo que si una expresión ha pervivido en el tiempo es porque, tras su sencillez, esconde verdades nada simples. Así que vamos a por ellas.

Quizá nos dé algo de luz para apreciar algo preguntarnos cómo estaba, o cómo debería estar, y por tanto qué deberíamos hacer. Partiremos de la base de que la botella contiene algo deseable (no un veneno, más propio de frascos pequeños).


Según eso, medio vacía es la botella que estuvo llena, o debería estarlo, o debemos hacer que lo esté. Es ese término medio, la tibieza, que alude a la pobretona carencia de una cualidad deseable (calor o frío) en una sustancia que debería tenerla (como una sopa, o un refresco). Lo tibio repugna.


Medio llena, por contra, es la botella que estuvo vacía, o pudo estar vacía, o debemos hacer que no lo esté. Es ese término medio, la templanza, que alude a la dichosa evitación de los excesos que queman o congelan (como el agua de la bañera). Lo templado agrada.



Pues bien. En la vida hay curiosas analogías con lo anterior. 

Un ejemplo.

Supongamos que vivimos una situación inaceptable. Lo sensato ahí es evitar los extremos de la desesperación estéril y del conformismo apático. Si esa botella a medias debería estar llena, tenemos que experimentar la lógica reacción de indignación ante lo injusto. Pero luego, por proteger nuestra salud mental, actuar con contundencia para intentar llenarla , respirar, y seguir con nuestra vida aceptando de momento que no siempre podemos cambiar las cosas a la velocidad que quisiéramos, pero podemos llenar otras botellas...

Otro ejemplo.

Supongamos que alguien es diestro en algo, y se queda en una perezosa mediocridad en ese talento . A eso le llamaríamos tibieza, y nuestro miope protagonista estaría perdiendo una ocasión de crecer, realizarse, ser válido y amar gracias a su destreza, y todo por el miserable autoamor de seguir hartándose de descanso mas allá de saciar la necesidad lógica de aliviar el cansancio...


Supongamos, por contra, que alguien es torpe (todos somos torpes en algunas cosas, como un diestro con la izquierda) y decide mejorar lo suficiente como para llegar al término medio (el aprobado) evitando los extremos de la inacción pesimista basado en su no destreza, o de la hiperactividad obstinada y poco realista de tratar de ser lo que no es (diestro con su izquierda) al precio de descuidar sus verdaderas destrezas. A quien así obrase, evitando los extremos, yo le felicitaría, por templado, y le auguro un futuro de satisfacciones y logros. Le aconsejaría, eso sí, que buscase amigos diestros en lo que él sea diestro, para seguir creciendo, y compañeros de equipo (empresa, pareja, misión) con destrezas complementarias a sus indestrezas, para que le ayuden a no dejar botellas a medias...

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