jueves, 23 de noviembre de 2017

Hablemos de sexo


Voy a tratar de resumir aquí algunas de las ideas que surgieron en una charla que ayer tuve ocasión de mantener en la asociación Psiquiatría y Vida sobre aspectos de la sexualidad en las personas con enfermedad mental grave.

Lo haré dividiendo la entrada en cinco partes: unas consideraciones previas, una aproximación a lo importante de lo sexual en el proyecto de vida, una justificación del valor inmediato de la sexualidad, un breve apunte sobre lo específico de la enfermedad mental, y unas recomendaciones prácticas.




I. Consideraciones previas:

En primer lugar quiero señalar la delicadeza y el respeto con el que quiero abordar esta faceta de la vida. Cuando era pequeño me enseñaron la diferencia entre el pudor y la vergüenza.

Vergüenza es el temor y rechazo a que los demás vean y juzguen algo torpe que tenemos o hacemos.
Pudor es el cuidado y rechazo a mostrar algo delicado y digno ante personas de las que no sabemos si van a tratarlo con delicadeza o de las que ya sabemos que van a tratar eso digno con rudeza.



Pues bien: en este caso, hablar de la sexualidad no es algo que nos debe producir vergüenza, pero sí es algo que nos produce lógicamente pudor en la medida en la que lo consideremos digno, delicado y en ocasiones mal tratable. 

De hecho, lo que me produce cierta vergüenza es lo poco que nos ocupamos los psiquiatras de esta importante faceta de la vida de los pacientes. De todas las dimensiones que tiene la sexualidad (biológica, social, espiritual, familiar, moral, legal, estética, afectiva, comunicativa, reafirmadora de la propia validez, sanitaria, psicopatológica, recreativa, reproductiva...) parece que sólo nos importan sus efectos negativos...



II. Comienzo con una aproximación general:

Voy a comenzar recordando ese esquema de la pirámide de Maslow que de alguna manera resume todos los aspectos de nuestra vida que queremos llenar o saciar: las necesidades básicas, la seguridad, el afecto, el reconocimiento y el sentido.



Pues bien: ya desde antiguo aquellas realidades que tenían profundas implicaciones en nuestra capacidad para rellenar todos esos niveles eran tratadas como sagradas (por ejemplo la limpieza porque evitaba enfermedades, los alimentos, el descanso, la paz...)

Y si hacemos caso a esos dos grandes polos de Eros y Tánathos (dar vida y dar muerte) diríamos que la sexualidad es una de las facetas más sagradas, por cuanto supone la llave para la creación de nuevas vidas y uno de los medios más poderosos para llenarse de vida, o bien motivo de muerte (conflictos, enfermedades venéreas, deformidades por incesto...).



Ocurre que la sacralidad no es algo que tengan las cosas sino algo que la experiencia nos pide que pongamos en las cosas. Abundo en ello en esta otra entrada. Esa necesidad de tratar con sacralidad lo que tiene profundas repercusiones en la vida es mayor si cabe cuanto mayor sea la facilidad con la que la apariencia de inocencia de las cosas nos pueda llevar a tratarlas sin cuidado. No hace falta enfatizar mucho que tenemos que procurar no acercarnos al fuego porque nos quemaremos, y en cambio sí suele ser necesario enfatizar, por ejemplo que esos polvitos blancos que en palabras del rudo Torrente "no saltan, no te escupen,no te queman..." pueden sin embargo convertir la vida en un infierno...



Pues bien: la sexualidad merece ser tratada como sagrada. La experiencia nos lo ha enseñado hace mucho tiempo, en forma de niños sin familias estructuradas cuando no se ha vivido ordenadamente, o de enfermedades venéreas diseminadas por una población cuando no se ha cuidado, o de crimenes pasionales cuando no se ha tratado bien, o de crímenes abyectos cuando la satisfacción propia se busca a cualquier precio (incluido la inocencia de un niño o la libertad de una mujer...)



Por eso la sexualidad ha sido a lo largo de la historia una de las facetas de la vida en las que han convivido dos fuerzas opuestas:

la intensa pulsión de la atracción inmediata

y

la sólida normativización de su práctica

Y la historia de la humanidad ha fluctuado entre el sometimiento excesivo y rígido a unas normas (que en su principio y con sentido común tenían fundamento) y la liberación de dichos tabúes rígidos (al precio en ocasiones de experimentar en carnes propias y ajenas algunos de los dolores que motivaron la creación inicial de dichas normas). 



III. ¿Y por qué ocurre todo esto? 

Pues porque la sexualidad probablemente sea la acción singular que de un modo más intenso nutre al mismo tiempo los distintos niveles de la pirámide de Maslow:

a) la necesidad básica de desahogar una excitación (produciendo un estremecimiento de gusto)

b) la seguridad de consolidar relaciones de apoyo mutuo (con lo cual aporta una inmediata promesa de apoyo futuro)

c) la necesidad de saberse amado y de amar (con el abanico de muestras verbales, tactiles, olfativas, gustativas, auditivas y visuales)

d) la necesidad de saberse válido y reconocido y dar valor y reconocer (ser atractivo para otros es un deseo tan poderoso que una gran parte de la economía actual gravita sobre los atributos, productos, aspectos, sueldos, modas, etc. etc. con el que pretendemos incrementar dicho atractivo).

e) y el sentido... a veces lo hace perder, como nos enseñan algunas historias. Y a veces lo da plenamente, como al bueno de Quevedo...
 


 



IV. ¿Y qué tiene esto que ver  con la enfermedad mental grave?

Ocurre que en la persona con enfermedad mental grave hay un déficit general de casi todas las áreas de la pirámide de Maslow ( siente molestias físicas, se siente inseguro, se siente poco querido y se siente poco valorado). Con lo cual es fácil imaginar que busque con especial avidez las fuentes que de manera inmediata alivian esas carencias. Más específicamente, es fácil que personas con desinhibición en fase maníaca, o con sensación persistente de vacío como en el TLP, o con estados de tensión psíquica muy elevada como en algunas etapas de la esquizofrenia, o en cualquier forma de ansiedad, busquen con avidez en la poderosísima fuente del sexo.

Y el problema no es buscar las fuentes. El problema está en que la experiencia nos dice que solemos pagar precios muy altos por aquello que buscamos con avidez desmedida.

A veces ese precio es meramente económico (gastos en líneas eróticas, gastos en suscripciones a revistas o vídeos, gastos en comercio carnal).

Pero a veces el precio propio es aún mayor (abandono completo de tratamientos necesarios por el hecho de que repercutan en la esfera sexual, ensimismamiento enfermizo y pobretón en prácticas que no enriquecen la vida, limitándose a otorgar un breve desahogo que previamente han retirado por excitación, o abandono de las medidas elementales de autoprotección en relaciones sexuales de riesgo con posibilidad de establecer vínculos asimétricos y de abuso o de adquirir enfermedades venéreas).

En el peor de los casos el precio se puede hacer pagar a otros en forma de sostenimiento de industrias que cosifican la dignidad de las personas (pornografía, trata de mujeres), o de transmisión de enfermedades, o de actos que violan la sagrada intimidad de otra persona sin el permiso de su sagrada libertad, o de embarazos no deseados (que abocan al embrión a su eliminación abortiva, o bien a la criatura nacida a una crianza a costa del esfuerzo heroico de quien vaya a cuidarle, supliendo lo que no hará una pareja que irresponsablemente puso una vida en marcha).



Me remito aquí a otra entrada en la que hablaba de las normas de cuidado y diferenciar entre mandamientos invitaciones. Creo que todos estamos de acuerdo en que la libertad es un bien valiosísimo pero que no es el único valor posible y que cuando entra en colisión con el daño a terceros o cuando está gravemente mermada por una alteración de la capacidad de juicio existe no solo el derecho sino el deber de poner límites a ese daño voluntario a terceros o a ese daño involuntario a uno mismo.



Dicho todo lo anterior, aterrizamos un poco en la casuística de la psiquiatría para que tenga sentido y tengamos claro el norte.



¿Hay que escandalizarse por el hecho de que una persona con enfermedad mental grave utilice de modo recreativo aspectos de la sexualidad que no le dañan ni dañan a terceros y que únicamente suponen daño en el patrimonio? No, no hay que escandalizarse. Hay que leer tal situación como una invitación a quienes la rodeamos a proveerle de fuentes más variadas, más valiosas (y menos costosas) de aliviar sus necesidades básicas de sentirse seguro, de saberse amado, de poder amar, de sentirse válido y de poder reconocer a otros. Y de llevar su vida con sentido.



¿Hay que escandalizarse por el hecho de que una persona con enfermedad mental grave de salida a su natural pulsión sexual de un modo que le ponga así mismo o que ponga a terceros en riesgo físico o psíquico? Pues no, no hay que escandalizarse, pues no es nada nuevo bajo el sol, pero por supuesto que hay que intervenir, como intervenimos cuando el instinto natural de alimentación hace que un niño se lleve un trozo de cristal a la boca, o como intervenimos cuando el instinto natural de autoprotección le lleva a una persona a emplear violencia injustificada contra terceros.



V. Acabo con cinco consideraciones prácticas (aplicables a la enfermedad mental grave, pero en cierto modo a cualquiera de nosotros, pues todos somos sanos en proceso...) :



1. Ayudemos a encontrar cauces poco dañinos para la sexualidad (dado que vivimos en un mundo hipersexualizado, es decir, hiperexcitador de sexualidades no satisfechas). Aquí merece la pena diferenciar entre la aceptación de todo aquello que no produzca, e incluso reduzca, el daño (preservativo mejor que enfermedades de transmisión sexual, pornografía mejor que actos contra otros, anticoncepción mejor que embarazos no deseados, etc...) y el mantenimiento del sano inconformismo de no entender como plenamente bueno (antiguamente dirían no decir bien, no bendecir) aquello que no sea realmente valioso (y lo realmente valioso en sexualidad es una libertad y un buen cuidado que no necesita recurrir a parches como los anteriores: un ejercicio de la sexualidad consentido y con sentido).



2. Ayudemos a reducir en lo posible los estresantes que rodean a la persona con enfermedad mental (el exceso de tensión emocional en el entorno, o los efectos secundarios por tratamientos excesivos, o los síntomas molestos por insuficiente tratamiento) de manera que no sea tan ávida la búsqueda de alivios.



3. Ayudemos a la persona con enfermedad mental grave a lograr práctica de algunas actividades que tengan efecto inmediato relajante a coste cero (por ejemplo, alguna técnica de relajación, alguna oración interior de acuerdo al "idioma espiritual" que le resulte familiar, el paseo, la música...)



4. Ayudemos a la persona con enfermedad mental grave a sentirse más pleno, cultivando fuentes diversas de afecto, validez y sentido en su vida.



5. Y por último, prestemos atención a recoger con empatía el malestar que los efectos secundarios de muchos fármacos en psiquiatría produce en la esfera sexual ,y tratemos con proporcionalidad de atenuarlos (siempre que no se ponga en riesgo el bien mayor de la conservación de la claridad de juicio y de ánimo necesarias para ser libre).