lunes, 22 de enero de 2018

Las emociones




Voy a intentar resumir en una breve entrada un esquema básico que pueda ser útil para eso que escuchamos tantas veces como muy importante: aprender a manejar las emociones.


Voy a partir de tres premisas

1. La primera es que todas las emociones son útiles e informativas, y por tanto inicialmente no han de ser juzgadas como buenas o malas, ni manejadas mediante los extremos de obediencia automática o represión

2. La segunda es que las emociones tienen que ver con nuestras necesidades y para ello me voy a basar en la pirámide de Maslow

3. Y la tercera es que las emociones primarias son básicamente las mismas en cualquier ser vivo, pudiendo resumirse prácticamente en 6 (de las que luego nacerán cientos de sentimientos complejos y matizados)


Vamos allá:  si recordamos la pirámide de Maslow, el ser humano tiene 5 niveles de necesidades:

en primer lugar las necesidades básicas
en segundo lugar la necesidad de asegurar que sus necesidades no van a ser dañadas o arrebatadas
en tercer lugar la necesidad de sentirse querido y cuidado
en cuarto lugar la necesidad de sentirse valioso y reconocido
y en quinto lugar la necesidad de que su vida tenga un sentido


Pues bien. Ya muchos autores han planteado que existen seis emociones básicas: el asombro, la alegría, la ira, el miedo, la tristeza y el asco. Quien quiera ver un buen ejemplo de estas puede disfrutar de la genial película de Pixar Inside out (con el matiz de que en el personaje de alegría funden la alegría y el asombro)




Ahora vamos a plantear las emociones como esa marcha del coche que nos señala en qué dirección podríamos moverlo, pero que no lo hará hasta que no soltemos el embrague. De hecho la propia palabra lo dice. E-moción. Ex-movere. Lo que podría mover...

Básicamente al percibir a través de nuestros sentidos una situación podemos tener dos direcciones básicas de movimiento una hacia la situación y otra en contra de la situación. La intensidad del movimiento sugerido será proporcional a la intensidad de la emoción que sintamos (en los casos extremos, se llega al bloqueo, al desbordamiento, o a la explosión).


Empecemos por las de sentido contrario

1. Cuando experimentamos que algo nos quiere privar injustamente de una necesidad básica o del afecto y reconocimiento sentimos ira (como emoción, eso nos sugiere movimientos de lucha).

2. Cuando experimentamos que algo superior a nuestras fuerzas nos puede privar de una necesidad básica sentimos miedo (y eso nos mueve hacía el alejamiento en forma de huida, o el bloqueo tratando de aferrar lo amenazado o de pasar inadvertidos).

3. Cuando experimentamos que de hecho estamos perdiendo algo de nuestras necesidades básicas sin poder hacer nada por evitarlo sentimos dolor y tristeza y eso nos mueve a llorar o lamentarnos (lo que posiblemente nos mueva a cuidarnos, a buscar cuidados, y "conmueva" a quienes nos rodean (y nos quieran) a acercarse para cubrir en la medida de lo posible esas necesidades que han quedado al descubierto)

4. Cuando experimentamos que alguno de los medios con los que pretendíamos cubrir nuestras necesidades no es auténtico o es tóxico experimentamos repulsa o rechazo y eso nos mueve a expulsar lejos de nosotros esa falsa fuente de cubrir necesidades (en el caso de los alimentos nos mueve a vomitarlos, y en el caso de las conductas que intoxican nuestra salud personal o de grupo (conductas repelentes), a expulsar a quien las realiza o a alejarnos del lugar tóxico.



Y a continuación, las dos de sentido positivo (son menos, pero eso es comprensible, pues la emoción positiva señala genéricamente "buen camino", y en cualquier camino hay una dirección correcta y varias incorrectas).




5. Cuando experimentamos que algo está cubriendo adecuadamente nuestras necesidades básicas de afecto o de reconocimiento sentimos alegría y satisfacción (eso nos mueve a seguir haciendo lo que estábamos haciendo y satisface nuestras necesidades). Ojo, también puede movernos a no movernos, a quedarnos demasiado anclados en esa satisfacción conformista y, a medio plazo, empobrecedora.

6. Y por último cuando experimentamos que algo cubre nuestras necesidades más de lo esperado (o nos daña más de lo esperado) experimentamos asombro y eso nos mueve a ampliar de modo extraordinario las vías a través de las cuales nos llenaremos de lo deseable ... Ojo, que también puede movernos a lanzarnos de forma imprudente hacia lo que nos asombra, y eso puede suponernos un alto precio...






La anticipación de emociones de satisfacción o asombro nos produce deseo mientras que la anticipación de emociones de ira repulsa tristeza miedo nos produce inquietud. En ambos casos, ese deseo produce una forma de "activación" psíquica y física que conocemos como ansiedad. Los comerciantes son expertos en producirlo (lucecitas, anuncios llamativos, olores...) para provocar la compulsión de aliviarla adquiriendo lo que "deseamos". Y eso es lo que ellos desean...

Ese deseo o esa inquietud pueden ser incrementados hasta llegar al punto de la excitación (en el caso del deseo) o de la angustia (en el caso de la inquietud).









Bueno. Pues con todo lo anterior, vamos al manejo de esas emociones. Primero pondré lo que aconsejablemente hemos de evitar, y luego lo que aconsejablemente hemos de procurar.


A. EVITA LA OBEDIENCIA AUTOMÁTICA, PERO NO LO HAGAS "REPRIMIENDO"


Por eso, cuando sientas una emoción muy intensa (incluidas las "positivas, que también tienen sus riesgos), recuerda los dos pasos:




1. Primero, sentir (como el viento que sopla, o el aire que llena los pulmones) Nunca dejes de sentir. No frenes la emoción. Acéptala como real (lo que no significa que aceptes como deseable lo que la ha producido, eso sería conformismo). Lo que hay que "frenar" (en realidad, basta con no activarlo) inicialmente es el movimiento... Actuar “en caliente” hace mucho más probable que no sopeses bien la situación, o el daño propio o ajeno que pagarás (o costará) tu solución impulsiva.


2. Y a continuación, templar. Para “enfriar” las emociones, desahógalas hablando, caminando, oyendo música, llorando… lo que mejor te funcione.  Incluso puedes usar el siempre a mano remedio de respirar la emoción (como quien sopla la cucharada de sopa demasiado caliente, o quien resopla al meterse un trozo de comida que quema...): un buen resoplido para la rabia, un buen suspiro para la tristeza, una buena bocanada de aire para el miedo... e incluso esa salva de espiraciones rápidas y desdramatizadoras de una buena carcajada...


Como curiosidad, diré que de hecho, de modo natural ya lo hacemos, y a veces esa sucesión de emociones que vemos ante cualquier duelo se entiende bien viendo cómo el cuerpo reequilibra su volumen de aire...
A la respiración detenida (reteniendo el aire) del miedo le suele seguir un suspiro de alivio...

A la inspiración rápida y enérgica (que nos prepara para la lucha) de la ira, le suele seguir esa espiración ruidosa (a menudo, un grito, una palabrota) que prolonga, al cerrar parcialmente la salida de aire para emitir el sonido, la duración del mismo en los pulmones "por si acaso", y mantiene en tensión nuestros músculos de tórax y abdomen.
Al deshincharse de aire de la tristeza le suele seguir una inspiración profunda de consuelo, o si se quiere acelerar, una inspiración rápida al mirar lo triste desde su faceta iracunda...
A la inspiración profunda del asombro le suele seguir una expresión vocal de desahogo (uau!!!).
A la respiración profunda de la satisfacción le suele anteceder una inspiración "extra" para coger buena cantidad de aire y espirar "a gusto".
A la espiración profunda de la repulsa y con sonidos guturales de regurgitación (intentando expeler el "aire tóxico") le suele seguir una inspiración rápida y superficial, intentando coger lo mínimo de volumen necesario para seguir expeliendo. 



Y para los "calentones" frecuentes (todos tenemos algún tema especialmente sensible y recurrente) haz como el gato de la fábula: en lugar de tener mil planes de huída (como el zorro, al que se comieron los perros), ten un plan sencillo pero eficaz (el que mejor te haya funcionado en crisis anteriores), y llévalo a la práctica. A veces no da tiempo a frenarse, a ser tan prudente como aconsejaba en el primer paso. Por eso, en las carreteras con mucha pendiente ponen zonas de frenado.





Y por eso, los que no somos insensibles, y sabemos que a veces podemos "acelerarnos", viene bien que tengamos un remedio sencillo, preparado y entrenado, para evitar perder nuestra libertad. Si no se te ocurre ninguno, la sabiduría popular dice que cuentes hasta cien (y así, tu mente se concentra en algo, deja de sentir la tensión, y le das al cuerpo los dos minutos que necesita para que el subidón de adrenalina se disipe...). 




B. APROVECHA LA EMOCIÓN PARA QUE TE AYUDE A ESTIMAR BIEN EL VALOR, EL PRECIO Y EL COSTE PROPIO Y AJENO.

Cuando la emoción haya pasado, y hayas tenido tiempo de ver otras emociones al respecto, o de mirar con un poco de perspectiva, o de escuchar emociones de otros, o de preguntar a alguien de confianza, si no lo ves claro.... entonces podrás sopesar, y valorar bien cómo resolver esa necesidad de Maslow dañada o ansiada. Y si la emoción se ha enfriado demasiado, entonces caliéntala un poco volviendo a pasarla por el corazón (re-cordándola). La salud mental no es decidir en frío. Eso es psicopatía. Es decidir en templado (no confundir con tibio...)


Pero como valorar es todo un arte (especialmente confuso en estos tiempos en que valor, precio y coste se simplifican a menudo en una cifra monetaria...), le dedicaré una entrada aparte.
Cuando tengas que valorar algo con templanza, recuerda las dos manos.



Hay que encontrar el equilibrio dinámico, en movimiento, entre lo que nos dice la emoción y lo que nos dice la realidad. Es casi como cocinar, al calor de la emoción, lo crudo de lo real. Y ahí, cada uno vamos aprendiendo a encontrar "el punto", según cada alimento, y cada ocasión...  





domingo, 21 de enero de 2018

Psicoterapias de tercera generación


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Dicen los terapeutas de tercera generación (de un modo que comparto como real, pero también en ocasiones excesivamente autoelogioso) que ya hemos dejado atrás las terapias de primera generación (en las que se sometían a premios y castigos las conductas no deseables de las personas, esperando re-adiestrarlas) y las de segunda generación (en las que se analizaba una y otra vez el significado, las creencias y las cogniciones que laten detrás de cada sentimiento o de cada conducta, esperando de un modo algo socrático que conocer mejor  fuese seguido per se de actuar mejor).

 

Y así hemos llegado a las terapias de tercera generación, que de alguna manera intentan dirigirse hacía un cambio no directamente impuesto desde fuera, ni simplemente automático tras un acto de conocimiento, sino como un proceso en el que el terapeuta se ajusta a la velocidad del paciente al recorrer las tres etapas de sentir, pensar y actuar.

De alguna manera esto me recuerda que cualquier forma de autoridad histórica ha intentado también, a gran escala, modificar (de acuerdo con su juicio sobre lo que era bueno) la conducta de los súbditos en cada caso. Y en realidad hemos vivido (y siguen coexistiendo) las tres etapas:

 

Una primera generación en la que desde un punto de vista conductual se esperaba modificar la conducta mediante premios enormes o castigos enormes (si haces esto te ganarás la Medalla de Honor, si no haces esto te cortaré la mano, o te colgaré, o mataré a los de tu tribu, o te encerraré en prisión, o te quitaré la Playstation…). Su eficacia es cuestionable (ni la muerte anunciada disuade al criminal, como millones de muertos atestiguan en conflictos interminables).

 

Una segunda generación, en la que se pensaba que bastaba con ilustrar al “ignorante pueblo llano” para que automáticamente viniese la razón: es la etapa el modernismo ingenuo e ilustrador. Por supuesto que creo que cuanto mejor se conoce la realidad más libre puede ser uno de elegir la mejor de esas realidades… Pero la Realidad nos muestra que no basta con dar conocimiento si no se da un sentido y una sensibilidad. A su manera, los alemanes de la Segunda Guerra Mundial fueron una generación muy culta, o las capitales europeas de la colonización, o la Roma imperial que masacraba a galos, cartagineses o rebeldes colgándolos de un madero hasta que muriesen asfixiados, o los escritores ultrailustrados que acababan dándose a la bebida...

 

Así que la tercera generación que ahora nos proponen con curiosos nombres supermodernos (Counselling,  Mindfulness, Aceptación y Compromiso…) me seduce, porque creo que se acerca a una buena manera de acompañar en el camino de la verdadera libertad, de la solución sencilla (que no simple) de los problemas. Pero me produce cierto rechazo que, por su innegable eficacia, y por el legítimo deseo de que reciban el valor que merecen, y se apliquen con el cuidado debido, se caiga en la misma situación que contaba Goyo Jimenez cuando pidió una magdalena en un Starbucks y le dijeron que ahí no servían magdalenas, sino “Muffins” (dejo enlace, si quieres reir un rato).

 

Por eso quiero recordar que  ya va camino de los dos milenios de vida un grupo (asamblea universal, se hacen llamar) que dice querer cambiar la conducta violenta por la paz, el odio al extranjero por la fraternidad, la adoración al dinero por la sobriedad respetuosa con el entorno y con la limitación de bienes, y la exaltación del poderoso por el cuidado especialísimo al más frágil. Como buenos sembradores, su buena semilla (que ya existía de modo “natural”, como todas) ha ido cayendo también en muchos corazones y comunidades fuera de su grupo, claro está. Y como grupo real, algunos de sus miembros han caído en la tentación de buscar para sí el poder que atraía el valor de su semilla, o han dado un sucedáneo corrompido o estéril de esa semilla. Pero si miramos a aquellos que dicho grupo reconoce como mejores ejemplos de su “espíritu”, o a su promotor original, veremos mucho de terapéutico en ellos. Porque resulta que ese grupo tiene unas prácticas que me recuerdan bastante a la aceptación y el compromiso (una terapia personal y gratuita en la que invitan a las personas a que hagan un examen de conciencia, a que sientan dolor por aquello en lo que hayan dañado a otros o a sí mismos, a que hagan un compromiso personal de cambio, a que den formalidad a todo este proceso, y a que acepten con responsabilidad algunas consecuencias penosas, la penitencia de sus errores, sin “escurrir el bulto”).  Este grupo también tiene, a modo de “Counselling”, una antigua tradición en la que alguien más veterano y sereno escuchaba y ayudaba a reorientarse a aquellas personas que acudían con espíritu dolorido o confuso. Y tiene algunas prácticas que me recuerdan bastante a ese dejar de lado un rato las preocupaciones, los dolores pasados, y el ruido, y ofrecer un espacio sereno, silencioso, “sagrado”, en el que conectar con el ahora, o con lo hermoso trascendente, o con la eternidad.

 

No sé. Con tono de humor  (que es la herramienta para deshinchar lo “pomposo”) me pregunto si aún quedan algunas terapias de cuarta generación por venir. Quizá pronto alguna academia empiece a dar cursos de “Eating something periodically with friends”, “Excursioning por el monting”, “Escuching o watching good stories”, “Recitacioning de frases de paz universales”, “Canting together”, “Cuidaring a otros menos favoreciding”, “Acompañing en el sentimienting”, “Caminaring”, “Comering sobriamently”, “Desprending de excesing de cosing”, “Descansing de tareing semanally”, “Implicaring en changing the world”, “Perdoning”, etc…

 

Ironías aparte, en la Unidad en la que he trabajado diez años hacíamos todas estas cosas de “cuarta generación”, pero no las llamábamos así (a ver si las encuentras por su nombre en este enlace), ni nos sentíamos inventores de nada (quizá conozcas alguna asociación que lleve siglos practicándolas).

Así que, si queremos ser originales en nuestra terapia, no inventemos. Actualicemos, encarnemos, personalicemos, vivamos… lo original. El sentido común.

miércoles, 3 de enero de 2018

Los jardines: cultivando la propia vida









Quien haya leído algunas entradas de este blog, ya sabrá que soy un firme partidario de ese término medio sintético, aristotélico, que proponía Hegel como armonía entre las tesis y las antítesis, y que no es la medianía ni la tibieza.

Pues bien: frente al caos y la hostilidad de la naturaleza salvaje y el orden frío y artificial de las construcciones humanas, el ser humano encontró ya hace tiempo un espacio de armonía: el jardín. No solo en un sentido literal (con el desvelo con el que imperios como el chino o como el británico cuidaban sus puntillosos jardines) sino como espacio metafórico en el que se disfruta de la naturaleza, ordenada según ese otro fruto de la Naturaleza que es el intelecto y el corazón humanos, y siguiendo siempre las normas de la Naturaleza.

Por eso, hoy quiero aprovechar la poderosa imagen del jardín para hablar de una situación que se nos presenta con cotidiana frecuencia: la necesidad de elegir continuamente qué parte de nuestra vida atendemos y qué otras partes, pese a ser valiosas, dejamos en un segundo lugar.

Esta metáfora del jardín, que ya utilicé para acercarme al tema de la educación de los niños o al tema del cuidado de los ancianos, la quiero emplear hoy a propósito de la hermosa tarea de cultivar nuestra vida.

Y como en los exámenes difíciles a mí me resultaba útil echar mano de algunas reglas mnemotécnicas (o de algunas chuletas) que de modo esquemático me evocasen respuestas más complejas, hoy voy a plantear nuestra vida (la de cada uno de nosotros) como la tarea del cuidado en un jardín que tiene doce parcelas, agrupadas en cuatro grandes áreas.

La primera sería el cuidado de nuestro ser corporal (mens sana in corpore sano, recuerda)

1. Nuestros cuidados físicos (nutriéndonos bien de líquidos y de alimento, y procurando mantener una buena temperatura)

2. Nuestra salud e higiene (limpiando aquello que nos ensucia, expulsando aquello que nos sobra, desahogando aquello que nos ha crispado o reparando aquello que se nos ha dañado)

3. Nuestro deseo corporal de gozo, ejercitando nuestro cuerpo, recuperando energía con el descanso , y aprovechando el gusto natural de aliviar las dos necesidades antes citadas cuando es oportuno (cuando lo pide el cuerpo, no el alma hambrienta o cargada de otras cosas)

Una segunda área sería el cuidado de nuestro ser mental
4. El consumo o cultivo de buenos "alimentos para la mente", como la buena compañía de quienes nos quieren, la cultura, el arte, y las historias que nos dan esa experiencia teórica y práctica, y esa esperanza, que compartimos los seres humanos.

5. Nuestros espacios de desahogo y alivio de las inevitables tensiones del día a día, y de las eventuales crisis vitales. Para ello conviene el desarrollo de actividades que nos permitan recrearnos (sentir gozo mental) y ejercitar de un modo divertido los talentos de cada uno y las virtudes que nos hagan más natural obrar habitualmente bien (lo cual previene muchas tensiones, aunque no todas).

6. La búsqueda o construcción de valores, especialmente los que más sentido den a nuestra vida.

Una tercera área sería el cuidado de nuestras personas próximas, "nuestra gente"
7. Nuestra familia de origen, y la creada (incluyendo los animales domésticos) física o espiritualmente (esas "familias" virtuales que son las fraternidades, las hermandades, y cualquier forma de comunidad con espíritu familiar aunque no tengan lazos de sangre).


8. Nuestros amigos, y todas aquellas personas con las que compartimos camino por semejanza en alguna de nuestras facetas (como pueden ser los gustos, los talentos o las tareas).

9. Nuestro espacio (habitación, tareas comunes del hogar).

Y en cuarto lugar, el área del cuidado social menos próximo (pero también nuestro)



10. Nuestro trabajo específico en la comunidad (la profesión de cada uno, remunerada o no). Hay una serie de situaciones especiales en las que, sin cambiar esta parcela, quizá hay que redefinirla o especificar qué significa en esos casos. Ya les dediqué una entrada a cada una, pero las enumero aquí: los niños (cuyo trabajo será... aprender, dejarse cuidar, ejercitarse poco a poco en el cuidado y... aportar su mirada limpia al mundo), los ancianos (cuyo trabajo será... enseñar, dejarse cuidar en lo que no puedan, dar algo de cuidado según sus fuerzas y... aportar su memoria al mundo), los enfermos crónicos (cuyo trabajo será... aprender a cuidarse, dejarse cuidar, ejercitarse en el cuidado a otros más frágiles y... aportar sentido al mundo), y los que no encuentran trabajo sostenible (cuyo trabajo será... aprender nuevas destrezas que busque el mercado, dejarse cuidar gratuitamente a pesar del orgullo herido, devolver ese cuidado en actividades de voluntariado y... aportar su mirada inconformista y buscadora al mundo).


11. Nuestras tareas para la sociedad (nuestra participación en la vida política, cultural, artística, etc...)

12. Nuestro cuidado del espacio común (el mundo, la naturaleza...)





Ya... dirá alguno. Todo eso está muy bien, pero...¿cómo lo llevamos a la práctica, en un momento histórico en el que muchas de esas parcelas están muy dispersas entre sí, no dejándonos llegar a todo?


Hummm. Buena pregunta. El hecho de que nos la hagamos supone que no nos conformamos, y eso está bien.


Muchas veces nos han recordado la importancia de aprovechar bien el tiempo de vida, pues es un bien precioso, caro (querible) y escaso, como los buenos tesoros.

Pues si le preguntamos a un buen jardinero cómo sabe qué regar, diría que “a ojo”, es decir, mediante el cálculo no numérico sino intuitivo de cuánta agua (tiempo y energía) disponemos, y de cuántas necesita cada planta…En general, cuando escuchamos bien a nuestro cuerpo (con sus sensaciones) y a nuestra alma (con sus emociones), ambas nos van marcando los ritmos para poder ir cuidando de un modo llevadero y sostenible las distintas "parcelas". Y nos advierten de cuando nos están metiendo en algún "huerto" (tarea poco valiosa para nosotros) o nos estamos metiendo en algún "jardín" (tarea excesivamente costosa para el valor que ofrece).
 
Efectivamente, para todo lo anterior, uno tiene que organizarse primero a si mismo...  Por eso, quiero señalar algunos trucos prácticos que valen para todo:
 

1. El primero es que nuestro tiempo ha de tratar de cubrir al menos las doce parcelas en el nivel básico (por decirlo así, para sacar un aprobado). Eso implica saber pasar a otra cosa incluso cuando alguna de esas parcelas veamos que podría ser más regada, pero tenemos otras sin regar. El criterio para que el reparto sea proporcional y sostenible no ha de ser simplemente el gusto que nos dé cultivar una parcela concreta, o la reflexión genérica de que dicha parcela es importante, ya que tenemos que operar desde el principio de realidad, y a veces es mejor regar a medias doce parcelas, que inundar de agua una sola parcela y dejar que se agosten las otras once. Además, hay parcelas en que a partir de una cierta cantidad de esfuerzo el incremento de valor que se vaya a obtener incrementando aún más el esfuerzo no merece la pena de descuidar la supervivencia de otras parcelas (por ejemplo, las buenas amistades, o la familia de origen, no necesitan de recordatorios continuos, pues ya están en nuestro corazón, y viceversa, y por eso sólo hay que cuidarlas cuando lo demás ya está razonablemente bien cuidado, o en las celebraciones especiales) e incluso a veces puede ser contraproducente (por ejemplo la salud no mejora por hacerse mil chequeos, ni el cuerpo por comer o dormir sin medida).


2. El segundo es que hay que aprovechar especialmente lo que uno tiene a bajo coste (por ejemplo, lo que tenemos a nuestro alrededor, o lo que se nos da especialmente bien). En el anexo del final me extenderé algo más sobre esto...

3. Lo tercero es que hay que intentar no restar, no quitar agua de ninguna de esas parcelas. Diríamos que, por ejemplo, un buen (y de escaso coste) modo de cuidar es empezar por no descuidar (así que no te llenes de basura: evita la comida-basura, evita la tele-basura, evita los tóxicos, evita pasar más tiempo del necesario con quien tenga actitudes dañinas, y evita dañar.) 

4. El cuarto es que, bien acompañado, las tareas de "regadío" se hacen más sencillas. Ojo, que si la compañía es dañina, entonces se está mejor solo. E incluso en la mejor compañía, de vez en cuando hay que hacer una pausa para reconectar con uno mismo...

5. El quinto es que hay que intentar que las actividades concretas sirvan para cultivar más de una parcela (por ejemplo, si quedamos con amigos para ir a comer al campo y charlar "de la vida" estaremos cuidando varias de esas parcelas a la vez, o si vemos una serie con nuestra pareja, o si aprovechamos el camino al trabajo para relajarnos con música, etc…).
Pero si alguna vez hacemos algo que requiere especial cuidado o nos da especial valor, entonces hay que hacer lo que decían las abuelas "estate a lo que estás", o lo que dice el saber popular, "estar en cuerpo y alma". Por poner algunos ejemplos: al compartir una buena historia, al disfrutar de una buena obra de arte (culinario, pictórico, musical), al compartir intimidad con quien amamos, o al contemplar en silencio alguna muestra de la grandeza de este mundo (un paisaje, un cielo nocturno...). De todos modos, intuyo que, sin necesidad de este consejo, muchos ya lo hacemos, y en esos casos nos quedamos sin palabras, y detenemos el tiempo...
 
6. El sexto es que hay que procurar que mientras una parte de nosotros se nutre la otra descanse y mientras una se ejercite la otra se desahogue, e ir alternando. Por ejemplo: al hacer tareas de casa sencillas, nuestro cuerpo se cansa, pero nuestra mente descansa. Y al leer un libro o ver una buena película, viceversa. Al hablar con alguien mientras comemos nuestro cuerpo se nutre y nuestra mente se desahoga. Y al pasear por el campo, o escuchando buena música, viceversa.

7. El séptimo es que tenemos que prestar atención al valor real de cada actividad, sabiendo que algunas no valen la pena, o nos privan de mejores valores que estarían a nuestro alcance (como los niños que por llenarse de chucherías luego no cenan...), otras son valiosas pero el precio (bien que damos a cambio, propio o ajeno) o coste (daño que aguantamos o producimos) son excesivos. Pero otras son tan valiosas que hay que hacerlas a cualquier precio (propio) o sea cual sea su coste (propio). 
 
 
Valorar bien es una labor de años. Supone haber aprendido a dar valor a lo bueno (por eso es tan importante la educación en "valores") y evitar adorar lo "de moda". Supone tener "buen juicio", cuidándolo de arranques emotivos o de sustancias que lo nublan (ahí viene bien la educación emocional). Supone ser sensible y apreciar el valor de lo que perderemos o haremos perder (los precios, y por eso viene bien haberse educado en el aprecio de lo bello pero frágil, para no "pagarlo alegremente", como la salud, la verdad, la naturaleza, la paz...), y supone calibrar bien los costes, sin asustarnos automáticamente con ellos (ahí, una vez más, la importancia de la educación, en este caso en reciedumbre).
 
Pero si, como todos, tu educación no ha sido perfecta, no te preocupes. Hay dos modos rápidos y efectivos si quieres saber qué es valioso de verdad: imaginar qué vas a querer haber tenido o hecho al final de tu vida (el famoso cuento de Dickens, o la costumbre eclesiástica de considerar una vez al año que algún día moriremos, o esa enfermera que lo preguntó a los pacientes moribundos a los que atendía, y le salía esto...) o imaginar cuánto pagarías por recuperar lo que ahora tienes si lo perdieses (la libertad, la vista, el movimiento, la salud de los tuyos, la bella diversidad de la naturaleza a nuestro alrededor...) o simplemente ver qué pagan otros para recuperarlo.
 
 
 

8. El octavo es que hay que definir nuestras actividades en serenidad, para no dejarnos llevar por excesos de entusiasmo (que hacen que sobrevaloremos la actividad o infravaloremos el coste) o por emociones negativas muy intensas (que hacen que infravaloremos la parcela o sobrevaloremos el coste). Ojo. La serenidad será puesta a prueba innumerables veces al día, ya que este mundo estresa a cualquiera, y a los comerciantes les va mejor cuando sobrevaloramos sus espejuelos e infravaloramos nuestros "tesoros" (nuestro tiempo de calidad, nuestra salud, nuestra gente...)

 
Silvio Rodríguez, ese cantautor cubano tan preclaro, lo resume en una frase: "no sabes cuánto de subversivo vive en una sonrisa que no quiere comprar". Y efectivamente, sería revolucionario (y nos haría vivir con mayores valores a menores precios/costes propios y ajenos) procurar vivir más sencillamente sonrientes (con espacio para otras emociones cuando toque, claro está). Cuando uno está bien lleno de cosas buenas, valiosas, sencillas, es difícil que acepte lo poco valioso o lo dañino...

 

 

9. Noveno es que hay que mantener algunas actividades con horario fijo, y otras más de tipo oportunista, como esos tentempiés que llevamos al campo. Desde la serenidad, pensemos que en el día a día tenemos tres tipos de asuntos importantes:


a) Aquellos asuntos inaplazables, o a los que nos hemos comprometido con otras personas (y en los cuales si fallamos nos fallaremos a nosotros y a otros)

b) Aquellos asuntos para los que necesitamos personas o cosas (y a las que aunque no nos comprometemos, no podemos decidir del todo libremente cuándo estarán disponibles)

y c) aquellos asuntos para los que nos bastamos solos, y que por tanto siempre están a nuestra mano (por ejemplo leer, pasear, cuidar nuestra higiene o nuestro diálogo interior...).
 
A ese primer grupo de asuntos le llamaré piedras, al segundo grupo de asuntos le llamaré piedras pequeñas, y al tercer grupo de asuntos le llamaré arena. Pues bien. Si queremos que "quepa todo", primero ponemos (planificamos) las piedras grandes, luego las pequeñas, y luego la arena en los "ratos libres".

 

10. Y el décimo es que hay que estar abierto a incorporar mejoras en nuestro plan de vida, ya que aunque procuremos estar satisfechos hemos de evitar ponernos el techo del conformismo. La vida es como un viaje en carretera. Si uno ve un carril mejor, marca intermitente, y cuando sea oportuno, cambia de carril.

 
 
APÉNDICES

A modo de ejemplo de todo lo anterior, dejo aquí tres apéndices, en forma de enlaces.

1. La hoja de actividades que teníamos en la planta (que, como verás, se parece un poco a ese horario variado pero sobrio de las antiguas reglas monásticas...).

2. Una sugerencia de plan para quienes, por enfermedad, pasen mucho tiempo en su casa "lejos del mundo".

3. Y una lista de buenos alimentos culturales para el alma, a propósito de la reciente entrada sobre las historias.