miércoles, 15 de abril de 2015

No adoremos a los superdotados...



Los científicos a veces olvidan la ciencia y caen en la superstición. Ya los antiguos nos advertían del peligro que existía en adorar figuras humanas, porque se podía caer en la idolatría, que es una cosa muy tonta, y a medio plazo dañina como sociedad.

Como sabemos (y que me corrija alguien si me equivoco) la mayor parte de cualidades de la naturaleza que se pueden obtener por combinación de partes siguen en su distribución (en una población suficientemente grande) lo que se viene llamando una curva de Gauss.




Tomemos por ejemplo la altura, o el tamaño de los pies, o la distancia a la que una persona puede saltar, o el tiempo que tarda una persona en recorrer 400 metros, o el tamaño de la nariz, o la edad de la menarquia, o la frecuencia cardiaca, etc, etc...

Sin embargo, con la inteligencia, como por arte de magia, pensamos que eso es diferente: pensamos que han existido en la historia una serie de personas que por una extraña anomalía científica poseían un cerebro que se salía de las gráficas de la curva de Gauss...


Mi tesis es que eso no es así.

Como con cualquier variable existe una zona media de la campana de Gauss en la que se mueve el 95 por ciento de la población, y dos pequeñas colas en las que se mueve esa población que, por haber sufrido daño, no alcanza el nivel normal de inteligencia, o por haber recibido una feliz combinación de genes y cuidados han desarrollado de manera algo más allá de la ordinaria (es decir extraordinaria) sus capacidades intelectuales. El problema es que el sistema de medir la inteligencia (un test que luego da un cociente) y la pobre costumbre de poner notas en el colegio, han llevado a una exageración de la percepción sobre cuánto más inteligentes que la media son las personas inteligentes. En los colegios, por cierto, sólo se mide uno de esos talentos a la hora de poner las notas: los talentos intelectuales: talento natural  matemático, de conferencias, series o películas de trama compleja, ajedrez, lectura, filosofía... (inteligencia "teórica")

Los alumnos, en cambio, tienen otra vara de medir y detectan fácilmente aquellos de sus compañeros con talento natural diferente al intelectual, siendo mucho más certeros que los profesores a la hora de predecir el éxito futuro...:

talento natural de negociación, música, baile, elocuencia, poesía/rap, equilibrio, ritmo, imitación... (inteligencia "rítmica")

talento natural de liderazgo, lucha, deportes de equipo, iniciativa, animación de fiestas, pintura expresiva... (inteligencia "social")



talento natural de astucia, capacidad de observación, manualidades, pintura realista (caricaturas), fuerza física, animales... (inteligencia "práctica")


Pues bien toda vez que una persona posee alguno de esos talentos en una cantidad alta (o un poco más alta, es decir, extraordinaria) lo único que hace falta para convertir a esa persona en un genio es entrenamiento y oportunidad. A veces, eso se debe a la feliz convivencia de personas con talento similar que pueden compartir experiencia (academias como la de Pericles o la de Pitágoras, grupos de amigos como los de la Residencia de Estudiantes en los años 20, familias como los Bach o los D'Ors...). Y a veces, la oportunidad se debe a la franca torpeza en otros talentos, de modo análogo a como la ceguera agudiza los otros sentidos, haciendo que seres rígidos y analfabetos sociales (hoy diríamos Asperger) como Einstein, Tesla o Newton, o seres obsesivo compulsivos como Julio Verne, vuelquen su indudable talento de un modo compulsivo en una tarea singular. Son los genios con "mal genio", que a veces, como Einstein, se dulcifican con el tiempo, y otras, como Ted Kazinski (Unabomber), acaban siendo el enemigo público número 1.


Sería mucha casualidad, si no creemos lo anterior, que se hubiesen conocido los mayores genios de la historia en la Academia de Pericles, o los mejores músicos de la historia en  Liverpool, o los mayores visionarios de la informática hubiese sido vecinos de garaje, o que doce pescadores hubiesen cambiado la historia de las religiones, o que el Comité Ejecutivo del Partido Comunista Chino hubiese podido seleccionar a 12 personas que "se salen de la tabla" en eficacia para dirigir una superpotencia, o que en la Viena de principios de siglo hubiesen coincidido una serie de psicólogos y psiquiatras como Freud, Jung o Adler, o que en el Oxford de principios de siglo hubiesen coincidido Elliot y Chesterton, o CS Lewis y Tolkien, o que en la Residencia de Estudiantes hubiesen ido a caer las únicas 6 personas geniales de España en los últimos 400 años...

No idolatremos, por tanto, el talento de estas personas debido a la admiración  que los frutos del talento o el trato "reverente" inducen: apreciemos su carácter extraordinario, pero recordemos que sólo es un poco más alto que el talento que tenemos millones de personas talentosas. Si queremos llegar a genios, ya sabemos lo que hay que hacer: como diría mi paisano Pablo Sarasate: el secreto consiste en cultivar a diario el talento hasta llegar a la destreza, y acercarnos a otras personas talentosas para buscar en común el sentido común.


Esto me lleva a la tragedia de los niños extraordinariamente talentosos (pomposamente llamados superdotados) en una de sus inteligencias. Esta sociedad supersticiosa (y poco científica, en el fondo) en que vivimos acaba haciendo creer involuntariamente a sus padres que su hijo tiene "cualidades divinas" y dejan de nutrirles con la normalidad que necesita cualquier niño, con lo cual ese talento "extraordinario" acaba siendo fuente de niños enfermizos, narcisistas, "raritos" y pocas veces fecundos en los frutos de ese talento con el que nacieron...





¿Qué hacer, entonces, con el talento? Pues empezar por entender que tener talento es algo muy corriente. Yo lo tengo, por ejemplo, para escribir, como millones de personas.

Suponiendo que una de cada veinte personas es talentosa en algo (es decir, supera el percentil 95) y que hay una decena de talentos , eso hace que la mitad de la población sea superdotada. ¿Cómo tratarnos a ti, lector, que estarás entre ellos, y a mi, y a tantos? Pues con sentido común, hombre, lo mismo que cualquier otro niño. Mírate la metáfora del árbol: asegurando bien sus raíces y nutriendo bien sus necesidades básicas, permitiendo que crezca en libertad y que no lo haga solo, que reciba mucho afecto de mucha gente por el hecho de ser, no de "hacer" y que se sienta en pertenencia.

Y luego, enseñándole las nociones básicas de todas las inteligencias (esas que se adquieren fácil y que tienen un alto rendimiento) como un "menú degustación" o un "kit básico", y permitiendo que se una con sus vecinos de talento para desarrollar aquel o aquellos para los que naturalmente esté dotado (los futbolistas con los futbolistas, los poetas con los poetas, matemáticos con los matemáticos, los trovadores con los trovadores, los actores con los actores, etcétera...).

Y si es extraordinariamente talentoso en varias cosas, darle ración extra de educación en humildad y sencillez, no vaya a convertirse en un árbol tan cargado de frutos que se rompa por su propia soberbia y sus raíces no lo aguanten, de modo que caiga al suelo, o no vaya a desarrollar una frondosidad tan tan tan exuberante que su alrededor no crezca la vida...



No hay comentarios:

Publicar un comentario