lunes, 16 de marzo de 2015

Definiendo lo que valoramos: la culpa, la pena y el perdón

Cualquiera de nosotros comete numerosos errores en su vida. Nuestra relación con el error puede ser ocasión de parálisis por temor a cometerlos (lo cual, qué paradoja, es un gran error) o bien de aprendizaje para evitarlo mejor la próxima vez. El doctor, blogger y maestro Salvador Casado tiene un buen post sobre esto en su recomendable Consulta del Doctor Casado

Algunos de esos errores hacen daño, y otros no, siendo simples torpezas (mira la definición de error en la entrada sobre la verdad).


Otras veces, causamos daño sin que ello se deba a un error, o lo presenciamos sin poder aliviarlo.









Todo lo anterior es humano, profunda, común y antiquísimamente humano. Tanto, que nuestros ancestros encontraron las palabras para expresarlo.

a) Culpa es el dolor de la cabeza y el corazón, cuando descubrimos que hemos causado daño por error (por ejemplo, por haber actuado sin estar serenos, hiriendo a quien merece nuestro amor). Remordimiento es el grado excesivo y enfermizo de la culpa, debido a una fragilidad del modo de vivir sus errores la persona. Idea sobrevalorada de culpa es la exageración del sentimiento de culpa debido a un ánimo deprimido. Y por último, delirio culposo es el máximo sentimiento de dolor, por daños no producidos, provocado por un estado psíquico de depresión delirante (abundo en ello aquí). He visto a varias personas con delirio culposo en mi vida, y puedo asegurar que jamás he presenciado dolor tan grande.De hecho es una indicación de vigilancia efectiva durante 24 horas, pues la persona siente deseos de condenarse a no vivir. Pero tiene fácil tratamiento: TEC (es lo que pediría para mí en esos casos), o si se prefiere, litio y tricíclicos a dosis progresivamente crecientes. A veces lo más doloroso es también de lo más reversible...

b) Pena es el dolor de corazón, pero con claridad de juicio, cuando sabemos que causamos daño sin que ello se deba a un error, o lo presenciamos sin poder aliviarlo. Es lo que nos produce un niño a quien estamos viendo llorar de dolor, o un paciente a quien hemos tenido que contener.




Y en algunos de estos casos, tenemos también palabras para dirigirnos a aquellos que han sufrido el daño...

a) Lo siento es lo que decimos cuando sabemos que causamos daño sin que ello se deba a un error, o lo presenciamos sin poder aliviarlo. Si volviésemos atrás tras un lo siento, obraríamos de nuevo igual.

b) Perdón es lo que pedimos al haber causado daño por error. Clásicamente  se pedía perdón a la persona dañada: a nosotros mismos, si la víctima de nuestra torpeza somos nosotros, al perjudicado, si es otro, y al representante de la comunidad, si lo dañado es el bien común (por ejemplo, al romper un tabú o incumplir un mandamiento de la tribu...). Si volviésemos atrás tras un perdón, procuraríamos evitar el error (actuando con más calma, por ejemplo). 


Es muy numeroso el grupo de personas que dañan: los engañados, los doloridos, los miopes, que a veces no se dan tiempo a escuchar a su alma. Estos son reorientables, perdonables, amables o sanables. Pudieron tener un exceso de avidez por alguna necesidad (un manso ofuscado de dolor o miedo es como un jabalí enfurecido)  o un embotamiento parcial del sentir ante el dolor ajeno, pero son nuestros semejantes. Quién no ha sido jabalí alguna vez... 

Cuando recuperamos la calma, los jabalíes pedimos perdón.






A veces, sin embargo, no nos miramos con calma tras errar, y nos parece que no hay bondad, verdad o belleza en nosotros. Pero si estamos serenos, estamos a un solo paso de notarla. Muy a menudo vemos en psiquiatría a personas que sólo necesitan de nosotros que les acompañemos en el proceso de mirar al pasado, aceptar el dolor, comprender por qué actuaron así, reparar el daño, perdonarse (o pedir perdón a quien dañaron) y... volver a caminar.









Mas no todos: existen unas pocas personas, que nacieron sin órgano olfatorio de la verdad, bondad y belleza, o a las que se lo quebraron. Personas que buscan lo feo, falso y malo para intentar excitar ese órgano. 





Les llamamos desalmados, les tenemos miedo de auténtica xenofobia, porque ellos sí (y no los étnicamente diferentes a nosotros) nos son extraños, y lamentablemente a veces incluso les obedecemos, porque entienden algunas reglas eficaces para lograr poder en el mundo. Esos no tienen perdón, porque nunca lo pedirán, y sólo se me ocurre una manera de relacionarnos con ellos: alejarse.


Quiero ir terminando haciendo una pequeña reflexión en torno a aquello que pedimos, el perdón... ¿Qué es eso tan buscado y tan valioso que a menudo se suplica entre lágrimas?


Etimológicamente, el prefijo per es "lo máximo", así que podríamos decir que el perdón es "el máximo don". Es decir, es algo que se dona (por quien perdona) y se pide (por quien dañó). Los dones, por definición, son gratuitos, y se dan gratis (y quien los recibe exclama "gratias").


Pero quien daña tiene que obtener cuatro perdones: 


1. el de la persona herida, 


2. el de la comunidad (si hirió a la comunidad, y entonces el perdón se lo dará un representante autorizado, como un entrenador en un equipo, un árbitro en un partido, un presbítero en una comunidad, un psiquiatra en una unidad de rehabilitación...),  


3. el de su propio corazón (y, sin olvidar su pecado, no volver a re-cord-arlo, para lo cual viene bien uno mismo en oración, o un padre, o un psicólogo, o un buen cura-dor...) 


4. y el de la realidad (y ahí la realidad es lo que es: hasta que no reparas, y no cambias, sigues dañado, de modo que el alumno que pida perdón pero no estudie, seguirá suspendiendo, o el paciente que pida perdón pero siga dejando el tratamiento o consumiendo tóxicos, seguirá teniendo síntomas graves, o el impulsivo que pida perdón pero no repare el plato roto, seguirá con añicos en el suelo...)
 


Un par de comentarios más sobre el perdón en cuanto a quien lo administra:



La tarea de cada uno es


a) perdonar de corazón lo antes posible el daño recibido (es decir administrar gratuitamente el perdón número 1),


b) administrar de manera consensuada con los otros miembros de su comunidad doméstica el perdón número 2 (por ejemplo cuando un niño haya dañado a la comunidad doméstica transgrediendo alguna norma básica de su casa),


c) acompañar a la persona a que alcance el perdón número 3 ( mediante una charla sencilla que le haga sentirse acompañado en el dolor de corazón y al mismo tiempo invitado a levantarse y a intentar hacerlo mejor la próxima vez) y


d) señalar a la persona cuando parezca no verlo, una vez pasado un tiempo prudencial y una vez recuperada la calma por todas las partes, la manera de obtener el perdón 4 de la realidad ( mediante la reparación y el cambio) aprovechando la experiencia para ir comprendiendo cada vez mejor cuáles son las reglas de esa realidad ( es decir enseñándole eso que de toda la vida se ha llamado cómo son las cosas o cómo es la vida)





Como nota histórica, en el judaísmo los sacerdotes administraban el perdón número 2 a modo de germen rígido de lo que hoy conocemos como dar por finalizada la condena por parte de un juez, o dar el alta porque ha disminuido la peligrosidad del sujeto por parte de un psiquiatra, o retirar de la cuarentena a algún portador de enfermedad contagiosa por parte de un médico. Dicha tarea, siendo importante, dejaba sin los otros tres perdones al sujeto.
Lo novedoso y en su día escandaloso de un conocido personaje de esa época fue administrar por primera vez los otros tres perdones (hoy esa semilla está tan presente en la sociedad que ya no nos escandaliza pero tampoco nos maravilla... ) e invitar a otros a que hicieran lo mismo de manera gratuita. Y de paso, enseñarles un poco de medicina a los anticuados sacerdotes judíos, que prolongaban innecesariamente la cuarentena de las enfermedades de la piel cuando resulta que raramente son contagiosas...




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